lunes, 25 de mayo de 2015

¿Viviendo días grises?

Hola, ¿cómo estás? Hace unas semanas hablamos de que somos SANTOS en Cristo, lo cual es una de las mejores noticias, ya que solo rindiéndote a Él llegás a ser santo.
Hoy quiero que hablemos acerca de otra faceta de este tema. Lo que Dios Padre hizo por nosotros juntamente con su Hijo es genial, pero no todo termina ahí. El segundo paso es el siguiente: ¿Cómo seguir este proceso de santificación?
Habíamos definido santo como “perfecto y libre de toda culpa” y “persona de especial virtud y ejemplo”. Conforme la primer definición, vimos que somos perfectos por medio del sacrificio de Cristo y eso nos deja libre de toda culpa, pero la segunda nos describe cómo es una persona que busca la santidad. A ésto quiero apuntar hoy.
Tenemos un Dios santo. 1 Samuel 2:2 dice: “No hay santo como Jehová”; también Pedro en su primer carta, en los versículos 1:15-16 exhorta:
“Más bien, sean ustedes santos en todo lo que hagan, como también es santo quien los llamó; pues está escrito: «Sean santos, porque yo soy santo.»”. Acá queda claro que Dios es santo, pero que demanda una acción de nuestra parte: “…Sean santos…”
Me gusta que estos pasajes muestran la esencia de Dios. Como somos sus hijos, espera lo mismo de nosotros. No, no somos dioses, pero debemos copiar y reproducir su carácter, de la misma manera que en cualquier hijo se ve la genética de sus padres, y lo que aprende en el ambiente familiar.
“Como tenemos estas promesas, queridos hermanos, purifiquémonos de todo lo que contamina el cuerpo y el espíritu, para completar en el temor de Dios la obra de nuestra santificación”. 2 Corintios 7:1
Te ubico en el contexto: Pablo viene hablando de cómo tenemos que vivir siendo hijos de Dios. Leete el capítulo anterior; el Señor nos hace una promesa a aquellos que decidimos vivir conforme a su voluntad en esta área, de estar en una cercanía especial con Él, y Pablo nos pide que busquemos la pureza para poder así vivir en la santidad que Dios nos ofrece. Es impresionante lo que el Santo puede hacer en nuestras vidas si “solo nos rendimos”, nada más y nada menos (como arranqué diciendo).
Asimismo, Romanos 12:1 nos alienta a presentar no solo nuestra vida sino nuestro cuerpo en un sacrificio, una entrega, un compromiso; es decir, hay una exigencia de algo de nuestra parte para ser santos delante de él.
Quiero terminar con una porción que escribió Howard Andruejol:

Cada vez que puedo, aprovecho las oportunidades para que todos se enteren que no me gusta la cebolla (así que, por si no lo sabías, ya te enteraste). Sin embargo, a mi esposa, le encanta la cebolla (he allí un problema). Así que muchas veces tenemos que tomar decisiones acerca de los alimentos, especialmente cuando se trata de ordenar una pizza. A mí me gusta sin cebolla, y a ella le gusta con… eso (ya ni quiero escribir la palabra). Por supuesto, hay varias formas creativas de resolver el asunto, pero he notado que la solución más común al dilema es que mi esposa decide que nuestra pizza no contenga cebolla. ¿La razón de su decisión? No es que no le guste (le encanta), no es que sea dañina para su salud (al contrario), no es que no tenga ganas (ella se sacrifica).

Sencillamente, pienso que es una decisión de amor. Porque me ama, y quiere agradarme (y claro, no quiere perder la bendición de mis besos), ella decide libremente honrarme. Es por una relación no centrada en ella misma que puede actuar así.


De manera similar, voy a tomar la decisión consciente de no pecar porque amo a Dios. Voy a dar los pasos firmes para alejarme de mi desobediencia porque amo a Dios. Voy a pagar el precio de morir a mis deseos porque amo a Dios. No voy a centrarme en mi mismo, mis argumentos, mis beneficios, mis sacrificios, mis opiniones, sino en Dios y mi relación de amor con él.

 Debido a que tengo una relación personal con el Dios verdadero, cada día de mi vida me esforzaré por amarle más en obediencia. Procuraré que mis pensamientos, palabras y acciones no sean desagradables para Él. Si voy a ser santo, será porque Él es santo (1 Pedro 1:16; Levítico 11:44,45; 19:2). Si voy a obedecer, es porque le amo (Juan 14:15).

Es tiempo de regresar a esa intimidad con Dios, y abandonar cualquier lógica en exceso que justifique o condene nuestra conducta. No importa si tu pecado funciona bien (y dicho sea de paso, espero que no sea así). Deberás abandonarlo por algo más importante: tu relación de amor con Dios. 

Él sigue exigiendo y una santidad intachable, deseando diariamente relacionarse contigo sin estorbos. Él sigue buscando las oportunidades de premiar tu obediencia. Quizás la próxima vez que la tentación aceche, o que consideres que pecar no sería tan malo, podrías recordar tu relación de amor con Dios. 
(http://www.especialidadesjuveniles.com/recursos_articulo.asp?id=439)

Muchas veces teñimos nuestra santidad con pecado y pensamos que está bien; cuando vemos que en realidad se trata de pureza, sin grises, sin manchas, sin puntos medios, o es o no es, blanco o negro. ¿Vas a arruinar tanto amor y entrega incondicional solo por un poco de placer? ¿De qué manera vas a vivir esta vida en Cristo?

No hay comentarios:

Publicar un comentario