En ocasiones se me dificultaba la
tarea de describir al Dios que sustenta mi fe, que se supone que le tiene que
dar un sentido a mi vida. Mi inquietud por esta cuestión iba más allá de las
respuestas memorizadas respecto a su persona que aprendemos desde niños.
Hasta que leí un comentario que cambió
mi perspectiva respecto a ésto, y hoy quiero compartirlo con ustedes. Decía así:
“No es posible tener una visión clara de Dios
sin mirar a Cristo”
Así que busqué algunos fundamentos en
la Biblia para esta afirmación.
Uno de ellos, y quizás el más
conocido, se encuentra en el evangelio
del apóstol que se encargó de anunciar la venida del Mesías; Juan:
“En el principio era el Verbo, y el Verbo era con
Dios, y el Verbo era Dios” (1:1)
“Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre
nosotros (…)” (1:14)
“Jesús les respondió: Yo y el Padre somos uno” (10:30)
Jesús y su Padre, no son la misma persona, pero en
esencia y naturaleza son uno.
El Hijo fue totalmente hombre y totalmente
divino. Nunca dejó de ser lo que era y es al venir a la tierra.
Al ver a Dios desde una perspectiva humana,
comprensible para mi razón, me maravillo en su grandeza. Y cuánto más hacerlo a
partir de lo irracional, de lo que no entra dentro de los parámetros de nuestra
dimensión intelectual, de lo divino.
Que Jesús es Dios me da cuentas de Él que no
es alguien anticuado, destructor, o muchas otras cosas que se nos ocurren hoy día.
Jesucristo en la tierra fue revolucionario. Siempre
tenía la palabra justa en el momento indicado pero sabía callar cuando así era
necesario, era tierno pero sabía ponerse firme cuando se requería, era capaz de
conversar con las personas más intelectuales de la época así como ponerse a la
altura de los niños, se preocupaba por atender las necesidades de multitudes
así como invertía su tiempo en la de unos pocos; y muchas otras características
más que los aliento a que descubran en la Palabra.