Siguiendo con esta propuesta para el mes de Mayo de YSAJ de
descubrir juntos nuestra identidad en Cristo, de tomar consciencia de quiénes
somos por la Gracia de Dios, hoy hablaremos de la posibilidad o el “derecho”
que tenemos como hijos de entrar a Su trono confiadamente, sin pedir permiso.
Quizás alguna vez hayas escuchado hablar del Derecho de Admisión
y Permanencia, en el cual una empresa o institución deciden si dejan entrar o
permanecer a una persona en el interior de la misma. En el reino de Dios no
pasa lo mismo, nuestro padre no nos pone limitaciones, sólo creer que Él es
nuestro creador y creer en el acto que hizo Cristo por nosotros en la cruz. Una
vez que reconocemos esto, pasamos a formar parte de la familia de Jesús.
Como en toda familia todos los integrantes cumplen una
función, es decir, tienen derechos y obligaciones. Como hijos tenemos la
obligación principal de obedecer a nuestros padres, por sobre todas las cosas.
No estoy diciendo nada que no sepas hasta ahora, sólo estoy yendo hacia un pensamiento.
Además de la obediencia tenemos varias obligaciones más para con nuestros
padres y tareas en la casa, como ayudar en la limpieza, el orden, la comida o
con nuestros hermanos y demás. Ahora, frente a otras personas de afuera de
nuestra familia, desconocidos, tenemos una posición “privilegiada”. Disfrutamos
de la protección del hogar, de las cosas materiales como abrigo, alimento y un
lugar para descansar. Pero también disfrutamos de esas cosas no materiales que hacen
a la relación propia entre los miembros de una familia, como lo son el amor, la
contención, la educación, la compañía en momentos difíciles, etc.
Es aquí que me quiero detener. Como hijos de Dios, como
cristianos, uno de los privilegios que tenemos es que podemos acercarnos sin
pedir una cita previa para hablar con nuestro Padre sobre algún problema que
tengamos. Imagínense por un momento que si tuviera que pedir permiso para poder hablar con mi propio padre o mi madre. Buscaría el número de teléfono en la guía, me atendería una secretaria y la conversación sería más o menos así:
Secretaria: Familia (...) buenas tardes! En qué puedo servirle?
Yo: Hola sí buenas tardes, soy Martín quisiera hablar con mi padre por favor.
Secretaria: Hola Martín, muy bien, déjame ver si tengo algún lugarcito para esta semana... No, la semana que viene, el viernes a las 16:30 te queda bien?
Noo!! En los momentos de necesidad, o en los momentos en que creamos que no somos dignos por haber cometido algún error, Dios nos dice: “vos no tenés que sacar número para hablar conmigo, sos mi hijo”.
Secretaria: Familia (...) buenas tardes! En qué puedo servirle?
Yo: Hola sí buenas tardes, soy Martín quisiera hablar con mi padre por favor.
Secretaria: Hola Martín, muy bien, déjame ver si tengo algún lugarcito para esta semana... No, la semana que viene, el viernes a las 16:30 te queda bien?
Noo!! En los momentos de necesidad, o en los momentos en que creamos que no somos dignos por haber cometido algún error, Dios nos dice: “vos no tenés que sacar número para hablar conmigo, sos mi hijo”.
“Así que acerquémonos confiadamente
al trono de la Gracia para recibir misericordia y hallar la gracia que nos
ayude en el momento que más la necesitemos.” Hebreos 4:16
Así como el padre recibió al hijo pródigo, así y aún más
grande es la Gracia de Dios en nuestra vida. Justamente la palabra dice “el
trono de la Gracia”, no el trono del castigo.
Porque Dios no está ajeno a todos nuestros sufrimientos y luchas, es
más, Él se hizo hombre para poder vivir en carne propia las mismas tentaciones
con las cuales batallamos día a día. Por eso mismo comprende nuestra situación.
Si leemos el versículo anterior al pasaje citado arriba vemos que “[…] no tenemos un sumo
sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que ha sido
tentado en todo de la misma manera que nosotros, aunque sin pecado.”
Por eso en los momentos de dificultad, en
los momentos en que estemos angustiados por errores cometidos o por batallas
perdidas, en los momentos que estemos cegados por los problemas y nuestras
fuerzas nos sean inútiles, vayamos con confianza al trono de nuestro Padre,
porque no nos mirará con desprecio ni con cara de “te lo dije”, no nos hará
reproches. Su amor es inmensurable, no se puede medir ni entender. Somos sus
hijos y está para levantar nuestro rostro y secarnos las lágrimas cuando lo
necesitemos.
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