“Y la gente extranjera que se
mezcló con ellos tuvo un vivo deseo, y los hijos de Israel también volvieron a
llorar y dijeron: ¡Quién nos diera a comer carne!” Números 11:4
Cuando uno observa al pueblo de Israel,
sus rebeliones contra Dios, se pregunta: ¿Qué hacía a este pueblo protestar
tanto contra Él? Este pueblo gozaba por lo menos de dos grandes favores: la
presencia y la guía de Dios. En relación al primer favor, la presencia de Dios,
esta se manifestaba en la gloria de Dios que descendía y llenaba todo el
tabernáculo de modo que Moisés no podía entrar (Éxodo 40:34 y 35). Ellos podían
experimentar manifestaciones visibles y audibles de su presencia (Éxodo
20:18-20). Sin embargo ellos murmuraban una y otra vez contra Él. Por otro
lado, poseían la guía de Dios, ya que cuando la nube se alzaba sabían que
tenían que partir y el lugar donde la nube paraba, ahí acampaban (Números
9:15-23). Esto nos lleva a pensar que si “disfrutáramos de esos favores” (y si
los disfrutamos) no actuaríamos así. Pero no olvidemos, en Cristo, poseemos
tales bendiciones espirituales y más.
Tenemos un montón de motivos para estar
agradecidos con Dios y todos esos motivos se derivan de uno principal, sublime,
hermoso, el más valioso de todos: la obra de Cristo efectuada a favor de
nosotros. Sin embargo nos quejamos delante de Él, desconfiamos de sus perfectos
designios. La desconfianza de los israelitas no tenía fundamento alguno. Habían
gozado y experimentado la protección de Dios, su tierno cuidado y sus grandes y
maravillosas obras. Pero pareciese que se olvidaron de todo aquello y
murmuraron una vez contra Dios. Dios los reprendió, corrigió su pecado pero
nuevamente volvieron a quejarse. Y ahora, ¿A raíz de que se quejaron de nuevo?
La palabra de Dios dice que la gente extranjera que se había mezclado con ellos
fueron los que se quejaron primero y el pueblo imitó su accionar. Esa gente
extranjera tenía puestos sus ojos en las cosas de la carne, en lo terrenal, “en
comida y en bebida” y no estaban dispuestos
a pasar por “el desierto de la prueba”.
Y así como los israelitas, ¿cuántas veces nosotros también nos dejamos llevar por los
comentarios de aquellos “extranjeros en las cosas de Dios” en sus quejas? Comenzamos
a renegar de los momentos de pruebas que pasamos, tomamos como un perjuicio el
hecho de que Dios nos haga pasar por ellas y nos olvidamos de los grandes
beneficios que tenemos en Cristo. Dios les había dado a los israelitas pan del
cielo y no habían tenido que trabajar para conseguirlo. Sin embargo, ellos lo
despreciaron como si hubiera sido más una maldición que una bendición: “y ahora
nuestra alma se seca; pues nada sino este maná ven nuestros ojos” (Números
11:6).
Actuamos igual cuando despreciamos las
bendiciones obtenidas por la salvación efectuada por Cristo, el pan de vida. Le
despreciamos a Él ¿Qué acaso no es lo único que puede satisfacernos por completo? Es ahí cuando no nos diferenciamos
con las personas del mundo que no conocen al pan de vida. Somos capaces de
llorar amargamente, de sentirnos los más desdichados cuando Dios no nos concede
algo por alguna razón, aunque creíamos que era su voluntad concedérnoslo o incapaces
de ser pacientes en esperar su voluntad ¿Cómo has actuado frente a una situación
parecida? ¿Te has olvidado de lo que Él te dio en Cristo? ¿Te has olvidado de
que Él es el Todosuficiente y bondadoso Dios?
Al final, Dios envía codornices y frente
a la incredulidad de Moisés ante este milagro Dios le responde: “¿Acaso se ha
cortado la mano de Jehová? Ahora verás si se cumple mi palabra o no.” Cuando leemos este pasaje y tantos otros en la
escritura, que muestran el gran poder de Dios y cómo interviene, esta última
pregunta parece resonar en nuestras cabezas. Su Palabra es verdad, no dudemos
de lo que Él hace en nuestra vida. Cuando empecemos a ver su obrar delante de
nosotros no habrá lugar para la queja porque nos sabremos completos en Él.
" Tampoco deberíamos poner a prueba a Cristo como hicieron algunos de ellos, y luego murieron mordidos por serpientes. Y no murmuren como lo hicieron algunos de ellos, y luego el ángel de la muerte los destruyó. Esas cosas les sucedieron a ellos como ejemplo para nosotros. Se pusieron por escrito para que nos sirvieran de advertencia a los que vivimos en el fin de los tiempos."
1 Corintios 10:9-11 (NTV)
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