“Y puso las manos sobre ella;
y ella se enderezó luego, y glorificaba a Dios. Pero el principal de la
sinagoga, enojado de que Jesús hubiese sanado en el día de reposo, dijo a la
gente: Seis días hay en que se debe trabajar; en éstos, pues, venid y sed
sanados, y no en día de reposo.” Lucas 13:13-14
El
mayor milagro en una vida es un corazón regenerado por la obra de Cristo.
Cuando pensamos en su increíble amor hacia nosotros, en que siendo enemigos de
Dios fuimos por Cristo reconciliados con Él, nuestro corazón sólo quiere
glorificarle. Pero hay veces necesitamos recordarlo, recordar lo que no merecíamos.
En este
pasaje de Lucas se ve un contraste, por un lado está el jefe de la sinagoga y
por el otro una mujer que estaba encorvada hace dieciocho años. Se diferencian
porque frente al milagro de Jesús tienen una mirada opuesta. Uno, el principal
de la sinagoga, tomó como algo común el milagro que Jesús había obrado. Al
decir con ligereza a la gente que no vengan el día sábado para ser sanados sino
cualquier otro día de la semana, tomaba lo que Jesús había hecho en esa mujer
como una simple obra que no tenía ningún beneficio espiritual y en pequeña medida
un provecho físico. Desprestigiaba el milagro de Jesús a tal punto de
desfigurar su imagen y tornarlo como un hecho corriente, de todos los días
¿Imagínate tener lo que padecía esta mujer? Vivir encorvado de tal manera que
solo puedas mirar el suelo. No poder mirar el cielo, no poder mirar las
estrellas, el sol, las nubes, los ojos de una persona por mucho tiempo, y esto
solo por una cantidad de dieciocho años ¿No crees que es una muy buena imagen
para ejemplificar nuestra vida pasada lejos de Cristo? Y ni aún puede
ejemplificarla de manera absoluta y completa porque nuestro corazón estaba en
un estado tan miserable que cualquier enfermedad martirizante en esta vida.
Porque nuestra vida estaba lejos del creador, que hizo el cielo, las nubes y
las estrellas y que esa situación no se compara en nada en no poder ver estas
hermosas creaciones del Señor. No podíamos ni siquiera echar una simple mirada
al Dios justo, un juez airado, el que aborrece el pecado, porque nunca por
nosotros mismo hubiéramos podido enderezarnos, pararnos de forma erecta y
porque nunca hubiéramos sabido que necesitábamos un toque de Jesús como esta
mujer que no le llamo para que la sanara sino que Él la llamó a ella.
Dependíamos de Él para tener una nueva vida, y dependeremos de Él toda nuestra
vida. Y si hoy podemos decir que somos hijos de Dios es porque Él hizo TODO
para salvarnos. Dios tuvo que entregar a Cristo para salvarnos. Nunca podíamos
llegar a Él pero ÉL llegó a nosotros ¡Ahora entiendo porque Jesús le dijo
Hipócrita al jefe de la sinagoga! Yo quizás hubiera usado un término menos fuerte
para que no se ofenda tanto, pero Cristo siendo Dios, al poder juzgar el
interior, sabía que esa palabra describía perfectamente el corazón de este hombre.
Hipócrita por desmerecer la obra de misericordia de Cristo ocultándose tras el
velo de un exagerado celo por la observancia del sábado. Considerar de mayor
importancia, de mayor compasión, desatar a un buey o a un asno para llevarlo a
beber agua que desatar a una mujer de una ligadura peor. Hipócrita por disminuir el valor
de la gran misericordia de Cristo hacia esta mujer y esto es lo que hacemos
cuando transformamos su obra en la cruz como un simple acto de amor, como
cualquiera, en el que un día aceptamos y fin de la historia. Entonces me
pregunto ¿No seré yo igual que este hombre cuando me olvido del acto de mayor
misericordia en mi vida? ¿Seré yo también hipócrita cuando parezco demostrar un
celo por la cosas de Dios, alabando, sirviendo, asistiendo cada día a las
reuniones de la iglesia, tomando la cena, haciendo cosas que en definitiva no
se sostienen en un pensamiento sobre la obra de Jesús en mi vida, sobre su
infinita misericordia en soportar la ira de Dios en mi lugar? Y luego está el
otro personaje, la mujer que fue sanada y que glorificaba a Dios por ello. Cuando
pensamos en lo que Él hizo por nosotros, en ese milagro de salvación en nuestra
vida nos damos cuenta que ya no sé trata de “nosotros” o de mí sino de “Él”. Quizás
esta diferencia entre estos personajes quedé justificada por el hecho de que
uno estaba enfermo físicamente y el otro no, pero esa justificación se rompe
cuando pensamos que los dos por igual estaban enfermos espiritualmente. Ambos
necesitaban volver a vivir, ella; recibió el milagro de Cristo y glorificó a
Dios por lo que Él había hecho por ella, el otro, por el contrario; rechazó el
milagro de Cristo y de esta forma cerró toda puerta a una nueva vida que glorificara a Dios en su andar. Dios reclama para sí una adoración más genuina y
profunda de lo que estamos dispuestos a darle ¿Tomaremos como cosa corriente la
salvación que Dios dio a nuestra vida o, en nuestra forma de obrar en esta vida demostramos que le glorificamos por lo que Él ha hecho y de lo que nos ha rescatado? Se trata
de una entrega total de nosotros, porque nosotros lo necesitábamos, nosotros
éramos los encorvados...
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