Supongamos que Dios te pide algo que va en contra de tu
sentido común, algo totalmente contradictorio. ¿Qué harías? ¿Vacilar?
Todos tenemos hábitos, buenos y también algunos malos.
Llamamos hábito a todo lo que hacemos regularmente, la mayoría
de las veces, inconscientes. Ya es parte de nosotros, está incorporado en
nuestra rutina diaria. Y la única manera de romper un hábito es con la fuerza
de la voluntad.
Exactamente lo mismo ocurre en nuestra vida espiritual.
Alcanzarás una y otra vez la altura de lo que Jesucristo
requiere, pero vas a retroceder cuando llegue la prueba; a menos que tomes la decisión
de rendirte por completo a Dios.
Vivimos nuestra vida espiritual de una manera mediocre,
porque no nos arriesgamos, porque vivir cómodamente esta bueno. Porque si para
servir a Dios tengo que dejar de hacer tales cosas… bueno, aun hay tiempo para
seguir a Dios. De todas maneras lo que él me está pidiendo no tiene sentido
alguno.
En el reino espiritual Jesucristo exige que arriesgues todo
aquello en lo que confías o crees por sentido común y que saltes por fe hacia
lo que el te dice.
Tan pronto obedeces, encuentras
que sus palabras resultan tan solidas como el sentido común.
"Si quieres ser mi discípulo, debes aborrecer a
los demás —a tu padre y madre, esposa e hijos, hermanos y hermanas— sí, hasta
tu propia vida. De lo contrario, no puedes ser mi discípulo. Además, si no cargas tu propia cruz y me sigues, no puedes
ser mi discípulo.
Así que no puedes convertirte en mi discípulo sin dejar todo
lo que posees."
Lucas 14:26-27,33
Para cualquier persona estas palabras son una
locura, no tienen sentido alguno. Para un cristiano estas palabras son vida.
¿Como estas viviendo tu vida? ¿Te animas a vivir
en la locura para ser un discípulo de Cristo?
Para los pocos que se abandonan a la voluntad de
Dios, sin importar las condiciones, a donde los lleve, o el precio, eso es lo único
que tiene sentido.
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