lunes, 2 de febrero de 2015

¡Yo te conozco! ¿Tu apellido no es?

En este tiempo he vuelto a mi ciudad y alguna vez en otro blog hablé sobre las preguntas que me hacían cuando iba a algún local comercial. Y fue justamente en la semana que pasó que volví a vivir la misma situación y me recordó aquello que compartí en su momento. Por eso mismo y porque creo que Dios nos habla cuando nos tiene que hablar a cada uno, en su tiempo, vuelvo a compartir aquél devocional o mensaje con ustedes, teniendo la esperanza de que sea leído por otras personas y que sea de bendición tanto como lo fue para mí cuando Dios me hizo ver que podemos amar porque somos hijos del mismísimo Amor. Ahí les va.


Provengo de una pequeña ciudad en la cual, justamente por esa “pequeñez”, la mayoría de los habitantes se conocen entre ellos. Es normal que vayas por la calle y te encuentres con alguien que conoces del barrio, o del club, de la escuela, de la iglesia, del trabajo o de cualquier otra actividad.  Quizás simplemente porque es un familiar lejano o cercano o porque es un amigo de un familiar tuyo. Y así se crea una inmensa red en la cual todos somos conocidos o conocidos de un conocido.

Para mí, esta característica que tiene todo pueblo pequeño, fue algo que en mi adolescencia y aún hasta hoy me ha tocado de cerca de una manera particular. Mi padre siempre fue un laburante y su trabajo consistía en recorrer negocios ofertando productos de la empresa para la cual trabajaba. Esta actividad llevó a que no existiera en la ciudad kiosco, despensa o supermercado que no sea visitado por él semanalmente y también en otras ciudades lindantes a la nuestra. Por lo que se hizo de muchos conocidos y amigos. 

Desde que empecé a salir solo de mi casa, ir solo a la escuela, ir a pasear con amigos o ir a tomar algo con ellos me encontré con gente que me “identificaba” en la calle, o en algún kiosco o despensa y me decía frases como: “¿tu apellido no es…?” “¿vos no sos hijo de…?” “¿tu papá no es…?” o preguntas de ese estilo, a lo que yo siempre respondía con un “Sí” y me respondían: “sos igualito” Jajá. Creo que a muchos de nosotros alguna vez le dijeron que somos parecidos a mamá o a papá o a algún hermano. Incluso hay familias que se las caracteriza por tener determinado rasgo distintivo o por ser portadores de una forma de ser muy peculiar. 

Lo mismo pasa con nuestro papá Celestial. Su Palabra dice en Génesis 1:26 “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza”, por lo que podemos leer que Él se puso así mismo como modelo para crearnos, pero no físicamente, sino espiritualmente, con capacidades para razonar, sentir, ver, hablar, escuchar y relacionarnos con los demás. Por lo tanto, así como tenemos cualidades o actitudes como hijos de nuestros padres terrenales también tenemos otras que son propias de quién nos engendró y dio vida. Nuestro propio ADN tiene genes directamente heredados de Papá y entre nosotros los compartimos, por lo que somos hermanos. Dios, además, nos dio otro modelo, Jesús. Y nos pide que seamos como él, lo puso como nuestro hermano mayor y ejemplo a seguir en la vida como dice Pablo en Romanos 8:29 “Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos”. 





Y uno de los tantos genes que heredamos de Dios es el del amor. Entonces una de las características principales de los hijos de Dios, un “rasgo identificativo” debería ser que tengamos amor, para con nuestro Padre primeramente y para con nuestros hermanos luego. Dios es amor, por lo tanto es algo genético, está en nosotros, Él lo puso allí y lo perfecciona mediante el Espíritu Santo que habita dentro de nuestro ser. Dios nos amó en Cristo, ese acto en sí mismo es amor. Pero también lo puso a Jesús, como dijimos antes, como modelo perfecto de ese amor que Él quiere para nosotros. Pablo describe esto en Efesios 5: 1-2 de una manera muy simple “Por lo tanto, imiten a Dios en todo lo que hagan porque ustedes son sus hijos queridos. Vivan una vida llena de amor, siguiendo el ejemplo de Cristo. Él nos amó y se ofreció a sí mismo como sacrificio por nosotros, como aroma agradable a Dios”.


Así que amigos míos, hermanos, sepamos que ese “gen” esta dentro nuestro y no tiene otra función más que la de dotarnos de amor. Por más de que en ocasiones sea difícil amar a ciertas personas, Dios nos ama a todos por igual, hagamos lo mismo. Que en la escuela, en la facultad, en el trabajo seamos identificados, seamos reconocidos por amar al otro. Obviamente eso no significa que debemos andar a los besos y abrazos con todo el mundo Jaja. Sería algo muy incómodo e innecesario. Amamos a los demás cuando respetamos, cuando somos amigables, solidarios, humildes, cuando escuchamos, damos un consejo o le hablamos de Cristo. 

Deseo que de igual manera que como yo fui y soy identificado por tener rasgos físicos y gestos parecidos a los de mi papá, que todos podamos ser “igualitos” a Dios Padre en el amor hacia los demás teniendo como ejemplo a Jesús. 

“En esto conocerán todos que ustedes son mis discípulos, si se aman unos a otros.”
Jn 13:35





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