viernes, 20 de febrero de 2015

LLEGO UNA CARTA PARA VOS!



Un día naciste en un hogar que no elegiste y con padres que no buscaste. Aún así te sentías cuidado, seguro. Tu casa era tu refugio y tus padres eran tus héroes. Pero creciste y cambiaste. Descubriste que no era fácil hablar con ellos. Comenzaste a comprender que muchas veces estaban ausentes, distantes, metidos en sus propios dramas. Te encerraste en tu propio mundo. Te tragaste la bronca y explotó la rebeldía en tu interior. Decidiste hacer la tuya.
Tu refugio ya no fue tu hogar. Y tus padres dejaron de ser tus héroes. Elegiste un boliche como refugio y toda su locura para no pensar. Un lugar donde transar. Alguien con quien excitarte y escapar en busca de amor. Un porro o una cerveza para darte valor, para ir y encarar. O drogas para “volar”, y calmar el dolor de sentirte abandonado, inútil, infeliz, o simplemente fea, impopular.
Y presionado por la sociedad deseaste tener para ser alguien. Tener las mejores notas en el colegio, tener el mejor cuerpo. Tener dinero o tener poder, para sentirte popular. Tener mujeres (o muchachos), autos, motos, ropa, reconocimiento, aceptación, valor…, porque buscás sentirte alguien aceptado y escuchado. Y buscás la locura del “pogo” en el recital. Buscás una religión. Buscás sobresalir entre tus amigos.
Buscás en “sexos disponibles”, intimidad. Usas el preservativo y tomás la pastilla (así te lo enseñaron en el colegio). Te dijeron que el sexo es amor. ¡Y probaste!… Dijiste que fue fantástico. Te sentiste hombre. Creíste que te hacías mujer. Aunque nunca digas (porque no es popular decirlo) que violaste o fuiste violada en nombre del amor. El sexo te dio alivio físico, te dio un embarazo no deseado o un casamiento apresurado. Te dio SIDA, herpes, o sífilis. Te dio un cuerpo. Pero no te dio intimidad verdadera, aceptación incondicional y un amor que nunca muere.
Y seguís buscando. Y en tu búsqueda alguien te dice: “Hacelo si lo sentís”.
Pero cuando lo hacés (irte de tu casa, gritarle a tus viejos, transar con alguien, tomarte todo, o darle al porro), no encontrás ninguna solución para la culpa, la bronca o el dolor que sí sentís. Y descubrís que no podés escapar de lo que sos ni de lo que tenés adentro. Tratás de convencerte a vos mismo: “Todo está bien. Soy libre. Hago la mía”.
Pero en tu interior sos un esclavo de tu pasado, de tus rencores, de tu aburrimiento, de tu homosexualidad, de tu droga y alcohol. Esclavo del chico o de la chica que gobierna tu vida y a quien le das sexo para que no se te escape. Esclavo de la opinión de tus amigos. Esclavo de tu violencia, porque fuiste abusado y ahora abusas. Esclavo de tus enojos, de tus bajones, y de tus orgullos. Esclavo de una religión muerta y tonta que te confunde más y no te cambia nada.
Esclavo del reino al que pertenecés, al igual que toda nuestra sociedad. La Biblia lo llama: el reino de las tinieblas. ¡Y esto no es la estupidez de una barata película de terror! Es la realidad en la que estás metido. ¡Y no podés escapar por vos mismo!, porque todos nacemos dentro de éste reino.
La Biblia llama a su rey: El príncipe de este mundo. Y también lo llama diablo, asesino y mentiroso. El roba, mata y destruye. El se robó la paz de tu hogar,  apagó el amor entre tus padres, mató tu respeto hacia ellos, y los provoca a ellos a enloquecerse contra vos. El los enloqueció para que se separen y te abandonen. El te provoca para que odies, mientas y te rebeles, o para que intentes suicidarte. ¿Sabés por qué?
Porque Satanás ¡te odia!
Su ley dice: “Viví como quieras. Hacé la tuya”. Y tu peor pecado no es portarte mal o no ir a la iglesia; tu peor pecado es hacer lo que se te da la gana. Y cada vez que lo hacés y pecás, sos arrastrado hacia la muerte.
Y en éste reino la muerte te espera a cada momento.
En la próxima inyección de heroína, en un inesperado accidente automovilístico, frente a una patota a la salida del boliche. En un aborto mal hecho; en el tumulto de una manifestación política. En una enfermedad venérea, o en la patética idea del suicidio por el drama de tu familia. O, simplemente, en un descuido al cruzar la calle.
Y no importa en qué religión creas (llamarte católico, mormón, testigo de Jehová, evangélico, budista, o lo que sea, no te salva), o no creas en ninguna, tu destino será estar delante de Dios, frente a su trono de juicio. Y en ese momento tu inútil creencia en la reencarnación no te salvará. Ninguna ley kármica vendrá en tu ayuda. Ningún purgatorio aparecerá para que tengas una segunda oportunidad. Ningún inventado reino terrenal te librará. No importa cuanta literatura de tu religión hayas regalado o vendido. Serán solamente vos y Dios, frente a frente. Su juicio y todas tus indiferencias, desprecios y rencores. Su juicio y tus pecados, tus insultos y tus rechazos. Su juicio, y tu llanto, tu desesperación y tu infierno.
Pero… ¡ESPERÁ!
Hay alguien que se metió en este reino de tinieblas y se hizo semejante a vos y a mí. Él no es de aquí. Pero se metió por amor y se hizo como uno de nosotros, pero sin pecados y sin egoísmos. Él no vino para hacer la suya, porque pertenece a otro reino y a otra ley.
Él es el Rey y Señor del reino de la luz. Dios con forma de hombre. ¡Él es JESUCRISTO! Y no es un algo. No es una ideología ni una religión. Él es alguien dispuesto a escucharte, a comprenderte y bancarte. No es un iluminado, ni una rara energía cósmica. ¡Es Dios de carne y hueso!
El denunció a los hipócritas religiosos (los mismos que existen hoy), mostró amor hacia los miserables, rechazó toda propuesta corrupta, condenó al pecado y perdonó a los pecadores. No transó con la injusticia, ni buscó reconocimientos personales. Vino a decirnos que ¡SI podemos zafar del reino de las tinieblas y de la esclavitud del pecado y de Satanás! ¡Que podés ser realmente libre!
No necesitas matarte para escapar de la locura en la que vivís, ¡Jesús ya murió en tu lugar! para hacerte alguien amado y valorado. Él no fue una víctima colgado en la cruz. No fue un pobre loco que murió por defender buenas ideas. ¡Se hizo hombre para morir!
¡Loco, Él ocupó tu lugar por amor! Tus sucios pecados (los más “inocentes” y los más asquerosos) fueron puestos sobre él. Tus sentimientos de culpa, tus desprecios, tus debilidades, tus fracasos, tus alegrías, ¡TODO! Lo que te gusta y lo que odias de vos mismo fue llevado por Jesús en esa cruz. Él murió para perdonarte y para que ya no hagás la tuya.
Pero, ¿a quién le sirve un muerto? Un muerto no sirve para nada. ¡Pero Jesús no está muerto! ¡Resucitó! Su tumba está vacía. Y no porque alguien se lo afanó, sino porque ¡a Dios no lo puede frenar la muerte! Buda, Mahoma, Smith, Russell, los Papas ¡todos muertos! ¡Jesucristo vivo!
Y porque vive, te ofrece su vida. Te hace alguien nuevo de adentro hacia afuera. Te saca del reino de las tinieblas y quita todos tus miedos, perdona tus rebeldías y limpia todos tus pecados. Con Jesús no necesitas religión, sexo, dinero o drogas para sentirte alguien, porque Él es capaz de poner un nuevo amor dentro tuyo, una nueva capacidad para perdonar y disfrutar cada momento.
Pero para ser alguien nuevo necesitas tomar una decisión: tenés que dejar de hacer la tuya. Dejar de vivir como a vos te parece y aceptar en tu vida lo que Dios quiere para vos. Él te conoce mejor que nadie.
Renunciar a hacer lo que se te da la gana no es encerrarte en una iglesia y poner cara de gil, es aceptar que en el reino de tinieblas en el que vivís te estás matando y tus pecados y rebeldías te están condenando, pero que Jesús vino para perdonarte y sacarte de tu infierno. Arrepentíte y confesále tus pecados a Jesús (no al cura ni al pastor). Decile claramente lo que hiciste y creé que Él te limpia, perdona todos tus pecados y quita tus culpas. Y sencillamente invitálo a entrar en tu vida, para que viva en vos y sea tu Señor y tu único Dios. Entonces experimentarás el más grande y excitante de todos los cambios. Él está esperándote.
Hoy, algo nuevo, sólo para vos, comenzará a suceder si elegís por Jesús. Serás amado, perdonado, valorado y aceptado por el resto de tu vida. Irás hacia algo nuevo. Y nunca más estarás sólo. Él caminará junto a vos.

Dios los bendiga!! :D
Dios mostró cuánto nos ama al enviar a su único Hijo al mundo, 
para que tengamos vida eterna por medio de él. 1 juan 4:9
 

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