Para muchos, el
tiempo posterior a sacarse sangre es más doloroso que la misma hazaña.
¿Quién no se ha
dejado la cintita en el brazo hasta que se desgastó el pegamento para no tener
que padecer el dolor del tirón que implica sacarla?
Ésta imagen me
recuerda a mi lucha diaria con el pecado.
Muchas veces no
quiero moverme de mi lugar de comodidad y luchar por obedecer la voluntad de
Dios, porque sé que eso implica arrancar algo de mi vida, implica tener que
sufrir el dejar mi pecado hasta que Él sane la herida con su amor.
Pero en La Biblia encontramos que:
“Dios ha hecho lo que la
ley de Moisés no era capaz de hacer, ni podría haber hecho, porque nadie puede
controlar sus deseos de hacer lo malo. Dios envió a su propio Hijo, y lo envió
tan débil como nosotros, los pecadores. Lo envió para que muriera por nuestros
pecados. Así, por medio de él, Dios destruyó al pecado. Lo hizo
para que ya no vivamos de acuerdo con nuestros malos deseos, sino conforme a
todos los justos mandamientos de la ley, con la ayuda del Espíritu Santo”
Romanos 8:3 y 4
(TLA)
Sin duda el Señor
conoce nuestra debilidad, conoce cuánto nos duele y cuesta dejar el pecado.
Pero me imagino diciéndome “no te preocupes, si me dejás, yo voy a luchar por
vos”.
Esto es posible cuando
dejamos al Espíritu Santo obrar en nuestra vida, cuando lo escuchamos.
“Porque el Espíritu que Dios les ha dado no los esclaviza ni
les hace tener miedo. Por el contrario, el Espíritu nos convierte en hijos de
Dios y nos permite llamar a Dios: «¡Papá!»”
Romano 8:15 (TLA)
Qué bueno es saber que al igual que
un niño que se golpea y llama llorando a su padre para que lo auxilie, nosotros
podemos clamar a Dios por ayuda en medio de la dificultad.
Aún si ese pequeño hubiera estado
haciendo algo indebido, su padre lo hubiera socorrido por amor; y de igual
manera, nuestro Papá Celestial promete perdonarnos y restaurarnos.
“Si confesamos nuestros pecados, Dios, que
es fiel y justo, nos los perdonará y nos limpiará de toda maldad.”
1 Juan 1:9
(NVI)
Los invito a descansar en los brazos
del Señor sin importar lo que estés padeciendo.
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