Lectura: Mateo 26:14-16 (contexto vs. 6-14); Lucas 22:1-6
Esa misma noche lo que por un lado era fiesta, alegrías y profunda adoración, por otro lado alguien respiraba bronca de un rencor que se venía acumulando y que ahora estaba listo para mostrarse, Judas no entregó a Jesús porque su destino era ser un traidor como solemos creer. Sino que fue luego de aquella noche que aquel discípulo bajó los brazos y a pesar de que se encontraba en la habitación que el mismo Dios estaba, su corazón se había preparado para Satanás. Fue ahí que Judas perdió, Satanás no lo dudó por un segundo y lo llevó a pactar la entrega de quien pudo haber sido su mismísimo Salvador.
Imagino la escena en aquella casa, Jesús, María, los discípulos y algún que otro amigo (y acá es donde me identifico), y entiendo que fue la falta de humildad lo que le llevó a pensar algo así como:
– ¿Quien se cree éste que es para decirme semejante cosa? ¿Qué se piensa para hablarme así?
“Esto lo saben, mis amados hermanos. Pero que cada uno sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para la ira; pues la ira del hombre no obra la justicia de Dios. Por lo cual, desechando toda inmundicia y todo resto de malicia, reciban ustedes con humildad (mansedumbre) la palabra implantada, que es poderosa para salvar sus almas.” Santiago 1:19-21Dos cosas pueden suceder cuando estás frente a la presencia de Dios y quedas expuesto a sus palabras; o te llevan a derramar el corazón y amarlo con lo más íntimo de vos (María). O te confronta con tus errores y te prepara para recibir su gracia a menos que pretendas rechazarla (Judas). Cualquiera de las dos sea la situación que nos toque pasar, la actitud correcta para presentarte ante Dios es sólo una: presentarnos con humildad (mansedumbre) y te aseguro que Dios no solo se encargará de habitar un edificio, un cuarto o un altar sino que lo más poderoso será poder experimentar Su presencia en nuestro interior.
O entregas a Jesús o TE entregas a Jesús, la diferencia “HUMILDAD”. Hoy tú escoges.
“Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo: Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados.” Is. 57:15
Escrito por: Ale Barolin
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