lunes, 4 de noviembre de 2013

¡No somos cirujanos!

Imaginemos esta situación:
Dos personas sufren problemas del corazón, y en una charla una a la otra se cuentan que deberían ser operadas. Un mes después una de ellas es operada por un cirujano de los mejores; la operación sale excelente y ésta persona después de la operación se siente muchísimo mejor. Entonces, esa persona le dice a la otra: “–¡Después de la operación me siento mucho mejor! ¡Deberías operarte! Si venís a mi casa creo que yo podría operarte así como lo hicieron conmigo, y solucionaría tus problemas.”- ¡Sería una locura, ¿no?! Ninguno de los dos es cirujano. Sería un paciente queriendo operar a otro paciente… No podría hacerlo.
Ahora pensemos en esto:
Nosotros, viviendo en el pecado, sufríamos un gran problema en nuestro corazón. Pero, si hoy somos seguidores de Jesús, sabemos que cada uno de nosotros en un momento de nuestra vida conoció el amor de Dios demostrado a través de su Hijo en la cruz, supo que era pecador, se arrepintió, se convirtió, y decidió empezar a vivir una vida como Dios quiere. En ese proceso, ¡Dios cambió nuestro corazón! Nuestras creencias, intereses, sentimientos, valores, conductas y más, comenzaron a cambiar. Dios obró en nuestra vida, y la alegría de saber y experimentar esto muchas veces nos lleva a querer compartírselo a los demás, para que lo sepan y para que Dios obre en sus vidas también.
El problema es que muchas veces pensamos de una manera similar a esa persona que se sometió a la operación. Pensamos que así como sucedió un cambio en nuestro corazón, puede suceder en el de los demás, y que somos enteramente responsables de que eso pase. Pero la Biblia nos muestra que quien realmente puede cambiar el corazón, que quien es el verdadero “cirujano” es DIOS:
“Instruye con ternura a los que se oponen a la verdad. Tal vez DIOS les cambie el corazón, y aprendan la verdad.” 2º Timoteo 2:25 (NTV)
¿Qué tenemos que hacer entonces?
1.   Reconozcamos que Dios es quien puede obrar en el corazón de las demás personas, no precisamente nosotros.
2.   Rindamos a Él nuestras preocupaciones en cuanto a la vida de los demás, depositando nuestra confianza en el único que puede cambiar esa situación.
3.   Recurramos a Él en oración, pidiendo que su Espíritu toque el corazón de la otra persona y lo convenza (Juan 16:8), y nos guíe a nosotros (Filipenses 2:13) para hacer lo que debemos hacer como debemos hacerlo, que nos utilice para influenciar positivamente a la persona (por ejemplo, presentándole el evangelio, mostrando a Dios en nuestro diario vivir e instruyéndola humildemente, con ternura, como dice el versículo). Por algún motivo Él la puso a nuestro lado y puso en nosotros el deseo de ayudarla a llegar a Él.
4.   Recordemos que Dios es Todopoderoso, pero también es “Todo un caballero”. ¿Por qué? Porque a cada uno nos da la libertad de poder elegirlo a Él; no obliga a nadie a cambiar su corazón, y por lo tanto, la persona es quien elige.

Te animo a que no desgastes todas tus fuerzas intentando de mil formas cambiar el corazón de las otras personas. ¡No somos cirujanos! El único que puede lograrlo es Dios, ¡recurramos a Él!


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