Mientras estaba
con una amiga sentada en un banco de la plaza, observé a una nena que venía de
la mano de su mamá, venía bien hasta que le soltó la mano y empezó a saltar las
grietas de las veredas con la intención de jugar a “no tocar las rayas”. En un
momento le herró y se cayó.
Cuando se cayó,
dejamos de verla. Y en ese momento pensé: si no le hubiera soltado la mano a su
mamá, no se hubiera caído.
Unos días más
tarde recordé y reflexione sobre esa frase y sobre la escena de la nena, y llevándolas/comparándolas
a la vida cristiana, podría decir que muchas veces hacemos lo mismo que esa
nena. Le soltamos la mano a nuestro padre celestial. ¿Cómo se la soltamos?
Haciendo cosas que nos separan de él, teniendo rencores, envidia, siguiendo la
corriente del mundo, etc. Luego, a causa de eso, nos caemos, tenemos malas
consecuencias y terminamos preguntándonos por qué pasó lo que pasó. Y la
respuesta es: “Por haberle soltado la mano a nuestro padre,”.
Dios, en su
palabra, nos dice que debemos tener nuestra mirada puesta en las cosas de
arriba, y que debemos abandonar todo aquello que hace que soltemos su mano y
que nos alejan de él: “Por tanto hagan morir todo lo que es propio de la
naturaleza terrenal: inmoralidad sexual, impureza, bajas pasiones, malos deseos
y avaricia, la cual es idolatría. Por
estas cosas viene el castigo de Dios. Ustedes las practicaban en otros
tiempos cuando vivían en ellas. Pero ahora abandonen también todo eso: enojo,
ira, malicia, calumnia y lenguaje obsceno.” Col. 3:5-8. De esta
manera, dejando de practicar todas estas cosas, podemos estar seguros de que el
Señor va a afirmar nuestros pasos al caminar y que no nos vamos a caer al
tropezar, porque él nos toma de la mano y nosotros a él haciendo su voluntad. (Salmo 37:24).
No sueltes la mano
de Dios como la pequeña soltó la de su mamá por ir a jugar. No vayas detrás de
lo que te ofrece el mundo y el enemigo… MEJOR seguí caminando de su mano, no
hay nada más seguro! Yo me propongo a agradarlo y a no soltarlo ¿Y VOS?
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