“Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin” Lucas 1:32-33
Cada vez que llega la navidad creo que
como cristianos no podemos pasar por alto el nacimiento del niño Jesús, nuestro
Salvador. Nos enternecemos al imaginarnos a Jesús acostado en un pesebre
envuelto en pañales al cuidado de José y María. Lo que muchas veces no nos pasa
por la cabeza es recordar que ese mismo niño fue quién cargó en una cruz
nuestros pecados y sufrió el peor de los castigos como un malhechor. Quizás al
considerar que Jesús es nuestro Salvador pensemos que el vino para cumplir un
plan, poniendo la mirada en la voluntad de su Padre y caminando en la vida por
un sendero cuyo final parecía dibujarse solo una cruz. Pero todos sabemos que
no todo quedó allí, sino que resucitó y está sentado a la diestra de Dios. Hay
una esperanza en el nacimiento de Jesús, no sólo de salvación sino de un reino
eterno en el que Él será el rey.
Lo que más me impresiona o emociona al
leer sobre el nacimiento de Jesús es la tremenda humildad en la que vino. Su
nacimiento hace un gran contraste con el nacimiento de algún poderoso que haya
pisado esta tierra, aunque Él es el rey de reyes. Cualquier persona se
imaginaría que el nacimiento de un futuro rey sería el día más glorioso y con
todas las pompas que puedan existir, para una nación que lo espera. Pero el
nacimiento de Jesús fue diferente, muchos no lo esperaban, y esa imagen de Él
acostado en un pesebre nos enseña la humildad en su estado más puro. Él que no
era digno de estar con nosotros se hizo indigno al estar aquí en la tierra.
La historia de la navidad de Jesús se
conecta fuertemente con la historia de sus sufrimientos, es imposible separar
estos eventos porque si quitamos uno, pierde sentido el otro y porque ese mismo
niño que nació una vez en Belén fue quién creció y de grande cargó nuestros
pecados en el madero. En ese madero había una inscripción que decía: “Éste es
Jesús nazareno, el rey de los judíos.” Esa inscripción me hace pensar que en la
navidad festejamos el nacimiento de un rey, no un rey cualquiera sino un rey
ETERNO, el hijo de Dios. Sus sufrimientos también contrastan con la recibida de
un rey por parte de su pueblo: le visten de purpura pero solo para burlarse de
Él, le ponen una corona de espinas dolorosa,
le aclaman “¡Salve, rey de los judíos!” para mofarse de Él, le dan una
caña a diferencia del cetro del rey y le escupen en vez de besar sus manos como
lo haría un súbdito del rey para jurar su lealtad. Pero el cartel sigue
diciendo “Rey de los judíos” y Pilato no accede al ruego de los principales
sacerdotes de corregir el cartel y de esa manera profesa o proclama, sin darse
cuenta, el reinado de Jesucristo. La providencia de Dios estaba allí, Dios no
permite que las cosas ocurran por casualidad.
Dice el versículo de Lucas, citado anteriormente, sobre el
nacimiento de Jesús: “y reinará sobre la casa de Jacob para siempre”, pero continúa
diciendo: “y su reino no tendrá fin”. Ese era y ese es el verdadero “fin”, por
eso la historia de su nacimiento, su muerte, su cruz no termina aún. Él es un
rey que sí, nació para morir pero que vive ahora para reinar eternamente y para
estar en los corazones de aquellos que en Él creen y le reconocen Salvador y
Señor de sus vidas ¡Ese es mi Dios! El rey que fue rechazado pero no rechaza (“reinará
sobre Israel”), Dios mismo le dará el trono y no su pueblo, puesto que no le
recibieron (Juan 1:11). El Padre le confirió esta dignidad en este mundo aunque
apareció en la forma de esclavo (Filipenses 2:7). Un rey que no fue reconocido
como tal por el mundo, en el cumplimiento de su palabra, vendrá a reinar y toda
rodilla se doblará ante Él. Es un recuerdo que debe reinar todo el tiempo en
nuestra mente, el hecho de que no solo vino a esta tierra sino que reinará
eternamente y de esa manera darle el reconocimiento que se merece contando a
otros sobre este rey eterno ¡Gloria a Dios porque no hay final para Él ni
tampoco para los que creen en su nombre! Otros reinos perduraron por algunas
generaciones pero el suyo será eterno.
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