“Dos de ellos
iban el mismo día a una aldea llamada Emaús, que estaba a sesenta estadios de
Jerusalén. Hablaban entre sí de todas aquellas cosas que habían acontecido. Y
sucedió que, mientras hablaban y discutían entre sí, Jesús mismo se acerco y
caminaba con ellos.” Lc 24:13-15 “y aconteció que, estando sentado con ellos a
la mesa, tomo pan, lo bendijo, lo partió y les dio. Entonces les fueron
abiertos los ojos y lo reconocieron; pero él desapareció de su vista.” Lc 24:30-31
Los dos
discípulos que caminaban a Emaús arrastraban sus sandalias en el polvo, la
tristeza se dibujaba en sus rostros mientras se preguntaban:
Qué clase de
Dios es este, que nos ha dejado acá solo sin esperanza. Y estaban distraídos,
desatentos en sus tristes pensamientos que no se daban cuenta que aquel que
caminaba cerca de ellos era Jesús. Pero, hoy no les puedo culpar a ellos,
porque muchas veces yo también he caminado rumbo a Emaús con mis pies
arrastrándose y mi mirada perdiéndose en el vacío y en mi estado no me he
percatado de la presencia del señor a mi lado.
En este camino
me he encontrado carente de fe y carente de visión. Los discípulos de Emaús
esperaban un reino terrenal y perdieron de vista el reino espiritual. Yo no
quiero hoy ir rumbo a Emaús en busca de un reino terrenal, porque podría perder
de vista el reino espiritual.
¿Somos diferentes
a los viajeros cargados y tristes de Emaús? No, muchas veces nos hacemos la
cabeza, y nos preocupamos por los problemas terrenales que no vemos que estamos
bajo la misma sombra de la cruz. El problema es que dejamos de soñar y de mirar
los secretos escondidos en cada detalle de Dios y circunstancias de la vida.
Hoy necesito
aprender a esperar en las promesas de Dios. La esperanza no es un deseo
otorgado o un favor que me llega, es mucho más que eso. La esperanza es una
dependencia total de Dios quien a veces nos sorprende fuera de nuestros planes
para ver nuestra reacción.
El Señor
pacientemente hablo con ellos y no se les revelo sino hasta cuando llegaron a
casa y allí sentado con ellos en la mesa, tomo el pan y cuando lo partió sus ojos
se abrieron.
Hoy quiero
quedarme a los pies del Maestro y aprender a confiar y a esperar quietamente
ante su amor. Su amor todo lo llena y todo lo transforma. Este es el día para
ver brillar el sol por encima de mis dudas y de mis temores y entonces levantar
mi mirada al infinito mientras digo: “Gracias Señor porque eres todo para mi”
Escrito por: Natanael Peralta
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