miércoles, 23 de octubre de 2013

Camino a Emaús


“Dos de ellos iban el mismo día a una aldea llamada Emaús, que estaba a sesenta estadios de Jerusalén. Hablaban entre sí de todas aquellas cosas que habían acontecido. Y sucedió que, mientras hablaban y discutían entre sí, Jesús mismo se acerco y caminaba con ellos.” Lc 24:13-15 “y aconteció que, estando sentado con ellos a la mesa, tomo pan, lo bendijo, lo partió y les dio. Entonces les fueron abiertos los ojos y lo reconocieron; pero él desapareció de su vista.” Lc 24:30-31                            

Los dos discípulos que caminaban a Emaús arrastraban sus sandalias en el polvo, la tristeza se dibujaba en sus rostros mientras se preguntaban:
Qué clase de Dios es este, que nos ha dejado acá solo sin esperanza. Y estaban distraídos, desatentos en sus tristes pensamientos que no se daban cuenta que aquel que caminaba cerca de ellos era Jesús. Pero, hoy no les puedo culpar a ellos, porque muchas veces yo también he caminado rumbo a Emaús con mis pies arrastrándose y mi mirada perdiéndose en el vacío y en mi estado no me he percatado de la presencia del señor a mi lado.
En este camino me he encontrado carente de fe y carente de visión. Los discípulos de Emaús esperaban un reino terrenal y perdieron de vista el reino espiritual. Yo no quiero hoy ir rumbo a Emaús en busca de un reino terrenal, porque podría perder de vista el reino espiritual.
¿Somos diferentes a los viajeros cargados y tristes de Emaús? No, muchas veces nos hacemos la cabeza, y nos preocupamos por los problemas terrenales que no vemos que estamos bajo la misma sombra de la cruz. El problema es que dejamos de soñar y de mirar los secretos escondidos en cada detalle de Dios y circunstancias de la vida.
Hoy necesito aprender a esperar en las promesas de Dios. La esperanza no es un deseo otorgado o un favor que me llega, es mucho más que eso. La esperanza es una dependencia total de Dios quien a veces nos sorprende fuera de nuestros planes para ver nuestra reacción.
El Señor pacientemente hablo con ellos y no se les revelo sino hasta cuando llegaron a casa y allí sentado con ellos en la mesa, tomo el pan y cuando lo partió sus ojos se abrieron.
Hoy quiero quedarme a los pies del Maestro y aprender a confiar y a esperar quietamente ante su amor. Su amor todo lo llena y todo lo transforma. Este es el día para ver brillar el sol por encima de mis dudas y de mis temores y entonces levantar mi mirada al infinito mientras digo: “Gracias Señor porque eres todo para mi”


Escrito por: Natanael Peralta

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