lunes, 7 de octubre de 2013

Barcos limpios


      
Conozco a alguien que hace muchos años tuvo la experiencia de haber viajado en un gran barco. En una de las charlas que tuve con él me contó que durante el tiempo en que estuvo viajando, una vez el barco tuvo que parar en un lugar especial para que se le haga una limpieza de su casco. En el largo viaje por el mar, en el casco del barco se van quedando adheridas algas, mariscos y demás cosas que hacen que el barco avance más lento. Estas cosas se acumulan creando resistencia y también dañando lentamente la estructura del barco. ¡Por suerte esas cosas se pueden limpiar!

       Hebreos 12:1 dice:
“…quitémonos todo peso que nos impida correr, especialmente el pecado que tan fácilmente nos hace tropezar. Y corramos con perseverancia la carrera que Dios nos ha puesto por delante.”

      
¿No será que nosotros también necesitamos esa limpieza que los barcos necesitan?

       En nuestra vida día a día estamos propensos a que se nos adhieran aquellas cosas que nos impiden avanzar o incluso nos impiden andar de la manera en que Dios quiere. Muchas veces dentro nuestro hay cargas y culpas que nos pesan; malas conductas y hábitos que empezamos a practicar y nos hacen mal, ¡y el pecado que nos impide avanzar! ¿Qué pensará Dios de esto?

       Dios conoce nuestro interior; sabe que somos propensos a pecar y a cargar sin motivo cosas que nos hacen mal; sabe que en este ‘mar’ del mundo, muchas veces se nos adhieren esas cosas que nos pesan y nos impiden avanzar. Por esto, gracias a que Jesús recibió en la cruz ese castigo que nosotros mereceríamos por nuestro pecado, Dios nos permite acercarnos a Su presencia y confesar nuestros pecados, para que Él nos limpie. Él desea que estemos limpios. En el libro de Isaías vemos que Dios le dice a su pueblo:

“¡Lávense, límpiense! ¡Aparten de mi vista sus obras malvadas! ¡Dejen de hacer el mal! Vengan, pongamos las cosas en claro –dice el Señor-. ¿Son sus pecados como escarlata? ¡Quedarán blancos como la nieve! ¿Son rojos como la púrpura? ¡Quedarán como la lana!” (Isaías 1:16,18)
       Ante estas cosas, sigamos el ejemplo de David. Ese hombre ‘conforme al corazón de Dios’, que en un momento de su vida se dio cuenta de que estaba cargando con un peso y un pecado muy grande, y escribió esto:

“Ten misericordia de mí, oh Dios, debido a tu amor inagotable;
a causa de tu gran compasión, borra la mancha de mis pecados.
Lávame de la culpa hasta que quede limpio y purifícame de mis pecados.
Pues reconozco mis rebeliones; día y noche me persiguen.
Contra ti y sólo contra ti he pecado; he hecho lo que es malo ante tus ojos.
Quedará demostrado que tienes razón en lo que dices y que tu juicio contra mí es justo…
Purifícame de mis pecados, y quedaré limpio; lávame, y quedaré más blanco que la nieve.
No sigas mirando mis pecados; quita la mancha de mi culpa.
Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio y renueva un espíritu fiel dentro de mí.”
(Parte del Salmo 51)

       No tiene sentido que los barcos, pudiendo limpiarse, sigan recorriendo el mar con esas cosas adheridas a ellos que sólo sirven para que no avancen como deberían avanzar. ¡No hagamos eso nosotros con nuestro corazón! No sigamos cargando ese peso… quitémonos todo peso que nos impida correr, especialmente el pecado que tan fácilmente nos hace tropezar y corramos con perseverancia la carrera que Dios nos ha puesto por delante.

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