“Jesucristo
es el mismo ayer, hoy y por los siglos.” Hebreos 13:8
¿Alguna vez alguien te hizo un regalo, te dio un consejo que necesitabas, invirtió su tiempo en vos, o te bendijo de la manera que fuese; y lo primero que pensaste (y hasta quizás se lo dijiste) fue: que buena persona, que genial, que grosa!? ¿Alguna vez esa misma persona te lastimó, te defraudó o simplemente dejo de bendecirte? Si eso te pasó quizás hayas pensado que no era tan buena persona, tan genial o tan grosa como habías creído.
¿Alguna vez alguien te hizo un regalo, te dio un consejo que necesitabas, invirtió su tiempo en vos, o te bendijo de la manera que fuese; y lo primero que pensaste (y hasta quizás se lo dijiste) fue: que buena persona, que genial, que grosa!? ¿Alguna vez esa misma persona te lastimó, te defraudó o simplemente dejo de bendecirte? Si eso te pasó quizás hayas pensado que no era tan buena persona, tan genial o tan grosa como habías creído.
Ahora pensemos
en la relación vertical que tenemos con Dios. ¿Alguna vez Dios contestó esa
oración por la que tanto orabas, sentiste muy de cerca su presencia, notaste su
gran providencia, lo viste hacer milagros y otras tantas cosas; y exclamaste
con gran gozo en el corazón: Dios es bueno! Él es grandioso, increíble,
poderoso, fiel, amoroso…?
Quiero que
reflexionemos. Cuando pasamos por problemas, cuando pareciera que Dios no
contesta, cuando no ves la solución, cuando hay lágrimas y dolor en el corazón,
cuando sentís que tu Dios ya no está tan cerca, cuando ya no ves con tanta
claridad… ¿Tu corazón sigue creyendo que Dios es bueno, fiel, poderoso,
grandioso y milagroso?
Hay algo en lo
que siempre puedo confiar y que me da paz, sin importar lo que esté viviendo.
Estando en el monte o en el desierto, con seguridad puedo decir: ¡DIOS SIGUE
SIENDO DIOS!
“En el día del
bien goza del bien; y en el día de la adversidad considera. Dios hizo tanto lo
uno como lo otro, a fin de que el hombre nada halle después de él.” Eclesiastés
7:14
Hay una verdad.
Nosotros cambiamos constantemente: nuestra manera de pensar, hablar y actuar
cambia; nuestra perspectiva, nuestras prioridades, nuestros intereses y sueños
cambian; la relación que mantenemos con los demás y hasta nuestra relación con
Dios cambia. Pero hay otra verdad. Dios jamás cambia. “Si somos infieles, él
sigue siendo fiel, ya que no puede negarse a sí mismo.” 2 Timoteo 2:13 (NVI).
La razón por la
que Dios sigue inmutable ante nuestra inestabilidad es porque Él no puede ir en
contra de su naturaleza.
Él sigue
siendo Dios. Él sigue siendo bueno,
amoroso, fiel, misericordioso, comprensivo, detallista. Él sigue siendo tu
creador, tu salvador, tu ayudador, tu papá, tu amigo, tu paz, tu refugio, tu
consuelo, tu roca, tu fuente de vida, amor y gozo; cuando estas en la cima y
cuando estas en el valle, Dios sigue siendo Dios.
Por eso es
necesario que lo adoremos por lo que él es y no por simples emociones basadas
en lo que estamos viviendo. Él es mucho más grande que eso.
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