Recuerda cómo el SEÑOR tu Dios te guió por el desierto durante cuarenta años, donde te humilló y te puso a prueba para revelar tu carácter y averiguar si en verdad obedecerías sus mandatos. Sí, te humilló permitiendo que pasaras hambre y luego alimentándote con maná, un alimento que ni tú ni tus antepasados conocían hasta ese momento. Lo hizo para enseñarte que la gente no vive sólo de pan, sino que vivimos de cada palabra que sale de la boca del SEÑOR.
Todo esto lo hizo para que nunca se te ocurriera pensar: “He conseguido toda esta riqueza con mis propias fuerzas y energías”. Deuteronomio 8:2-3,17 (NTV)
A la verdad siempre que tenemos dificultades le preguntamos a Dios ¿por qué?, incluso a veces hasta con insolencia, porque no comprendemos sus planes ni sus propósitos.
La comodidad en la que nos manejamos regularmente nos hace pensar que TODO esta bien y en orden. Pero es el todo poderoso quien conoce nuestro corazón y sabe lo que necesitamos, entiende mejor que nosotros, que necesitamos aprender y mejorar todos los días.
En el desierto se prueban los corazones, se pulen las decisiones y se fortalece la relación con el Santo.
Nuestra dependencia siempre flaquea, nuestro ego siempre florece, mantener un equilibrio nunca fue fácil.
Es por eso que Dios nos lleva al desierto, por una sola razón: Nuestra obediencia y nuestro deseo de Él nunca pueden ser mediocres, siempre hay alguna que otra mosca volando a nuestro alrededor que nos pega alguna basurita. No solo hay que limpiar la basurita, hay que detectar a la mosca y matarla.
Aveces nos olvidamos de lo fundamental y por eso padecemos más en el desierto; el texto comienza diciendo:"el Señor tú Dios te guió". No debemos perder de vista al guía, no debemos pensar que nosotros podemos, que nuestra experiencia es suficiente, necesitamos tomarnos de la mano del que conoce el desierto y así poder atravesarlo con confianza, puede que sintamos miedo, pero si recordamos quién nos guía, nuestros pasos serán firmes y sin titubiar.
En este día aprendamos que no solo de pan vive el hombre, no solo de lo que sabe hacer bien o de lo que disfruta a diario; sino de lo que sale de la boca de Dios.
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